Cada día, entre filtros de seguridad y anuncios de embarque, miles de personas cruzan el Aeropuerto Internacional del Bajío, en Silao, Guanajuato, sin detenerse un solo instante. En su prisa por alcanzar vuelos nacionales e internacionales, ignoran que a escasos metros de sus pasos, dos murales monumentales del artista Guillermo Ceniceros los observan en silencio.
Guillermo Ceniceros, originario de Durango y discípulo directo de David Alfaro Siqueiros, es uno de los últimos grandes muralistas vivos del siglo XX. Su obra, con un lenguaje plástico cargado de simbolismo, geometría y resonancias indígenas, ha decorado espacios emblemáticos como el Metro Bellas Artes o el Museo de Arte Moderno. Y sin embargo, en el corazón del Bajío, su arte permanece en el anonimato.
Los dos murales que cuelgan en los pasillos del aeropuerto —sin placas, sin nombre, sin historia contada— muestran rostros indígenas de gran escala, figuras solares y lunares, elementos precolombinos que dialogan con la identidad mexicana. Son piezas que invitan a reflexionar, a mirar más allá de lo inmediato. Pero hoy, entre el flujo constante de más de 3.2 millones de pasajeros anuales, nadie se detiene.
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“Están ahí desde hace casi 40 años, pero la mayoría ni siquiera sabe que existen”, comenta un trabajador del aeropuerto. No hay guías, ni visitas, ni señalética visible. Ni siquiera los visitantes extranjeros —de Japón, Alemania, Estados Unidos o Canadá— que pasan diariamente por el lugar, saben que estuvieron frente a una joya del arte público mexicano.
En un país donde el muralismo fue vehículo de identidad, memoria e ideología, resulta paradójico que estas obras permanezcan ignoradas en un espacio de tránsito tan simbólico. El aeropuerto, nodo de conexión y modernidad, alberga sin saberlo un legado artístico que merece ser redescubierto.
Quizás ha llegado el momento de mirar hacia los muros otra vez. Porque, como enseña el arte muralista, lo más valioso no siempre está en el destino, sino en el trayecto.
Y en Silao, ese trayecto está pintado desde hace décadas, esperando ser visto.